Esquema de una transmutación: el primer manifiesto…
Este esquema de mi proceso interno fue creado a mano como parte de un ejercicio íntimo de transformación. En él se entrecruzan ideas, emociones y símbolos que representan el duelo por una versión anterior de mí misma que ya no encaja en la vida que estoy construyendo. La figura central, sin rostro, simboliza la identidad en tránsito. Las palabras escritas alrededor reflejan una constelación de experiencias y conceptos. El pasado vivido, la alquimia del proceso, el presente en carne viva, los miedos, la raíz, la transmutación y el futuro deseado. Es un mapa emocional de mi proceso, un espejo de lo que muere y lo que está naciendo.
Palabras brotadas desde el cuerpo, antes que desde el pensamiento. Este es el registro visual del momento en que comprendí que una parte de mí estaba muriendo, y que otra, todavía sin rostro, estaba empezando a nacer…

El mes en que todo habla
Marzo se presentó como un escenario sutil y feroz, donde los símbolos se volvían materia, los sueños adquirían densidad, y los objetos, esos pequeños elementos que rodean la vida cotidiana, comenzaron a actuar como emisarios de algo que no se puede ver con los ojos físicos.
No fue un mes común. Fue un mes lleno de rupturas simbólicas, de pérdidas concretas, de sueños inquietantes y sensaciones en el cuerpo que hablaban sin permiso. Un mes donde empecé a abrir otros ojos: no los que se abren al dolor, como los que abrí en 2016, sino los que se abren a la posibilidad de dejar atrás una vieja identidad sin necesidad de odiarla.
Esta es la crónica íntima, simbólica y reflexiva de una transmutación1 en curso.
Una muerte simbólica
Todo comenzó hace unas semanas con un sueño donde me encontré conmigo misma. Estaba haciendo algo con mi pareja, disfrutando. En ese momento recibimos una llamada, nos decían que estaban robando en el motorhome, yo empecé a correr decidida, sentía que podía enfrentar cualquier cosa por defender nuestra casa. Al llegar era de noche, abrí la puerta y me encontré a mí misma parada en el pasillo, me aterroricé. Yo, o ella, en realidad, mirándome fijamente dijo: “Ya no podés no verme nunca más”. No era una amenaza, era una declaración. ¿Una despedida?…
Esa yo no era la que soy ahora: era la que fui. La que me sostuvo, la que vivió desde la urgencia, desde la eficiencia, desde la fuerza constante. Me desesperé, no quería que mi esposo la viera. No quería verla yo tampoco, pero ahí estaba, en silencio. En conversación con la inteligencia artificial, la interlocutora reflexiva que me acompaña en estos procesos de introspección, entendí que lo que había soñado era una muerte simbólica.
Era el suicidio de una versión mía que no podía seguir existiendo, pero que venía a avisarme que justamente su desaparición era la que hacía que no pudiera ignorarla más, porque no se puede ignorar lo que ya no está. Carl Gustav Jung decía que el proceso de individuación2 requiere un encuentro con la sombra: ese aspecto de uno mismo que se mantiene oculto hasta que es necesario enfrentarlo. Ese día la vi… me vi. Y entendí que estaba comenzando un duelo por mi propia versión anterior.
Me desperté por la angustia de no poder evitar que mi esposo la viera. Mientras tanto desde la visión de él esto se sucedió como otras tantas veces en las que él se despierta porque siente mi angustia y el intento ahogado de gritar.
Y es que este sueño fue como muchos otros que he venido teniendo a lo largo de mi vida. Sueños en los que hay algo, una sombra, alguien persiguiéndome intentando entrar en mi casa y yo haciendo toda la fuerza posible por evitarlo. Hasta que me vencía y me hacía “gritar” hasta despertarme, en esos tiempos era otra persona la que me despertaba, pero la angustia era la misma.
Con los años ese sueño fue cambiando, cada vez los escenarios eran distintos, las persecuciones se convertían en apariciones fantasmales o en ladrones que me perseguían, momentos de disfrute o “sueños lindos” que terminaban con el grito ahogado. Estos últimos años, esos sueños se fueron haciendo cada vez más esporádicos. Hacía mucho tiempo que no tenía uno, hasta este que describí, donde lo que me hizo gritar ya no fue una persecución o una aparición sino yo misma.
La Silvana fuerte, eficiente, estructurada, murió. Y me dejó en el medio de algo. No soy la que era, pero tampoco sé bien quién soy ahora. Lo único que sé es que tengo que escribir desde ahí, desde ese no lugar. Desde esa frontera entre el duelo y el nacimiento.

Sin forma, pero con contenido
Una o dos noches después una nueva experiencia onírica me sacudió. Esta vez fue distinto, no parecía un sueño, sino una vivencia extracorporal. Me vi convertida en una bruma verdosa, espesa, brillante que flotaba sobre mi cuerpo. Podía verme, ver a mi esposo dormir plácidamente a mi lado y la sensación de libertad que sentí me asustó tanto que volví a mi cuerpo de golpe y me desperté.
Toda la noche, una palabra no dejó de repetirse en mi mente como un eco insistente: “transmutación”. No era una palabra cualquiera. Es un término con raíces alquímicas3, que implica un cambio esencial, no superficial. En la alquimia tradicional, se busca convertir el plomo en oro. En la alquimia interna, se trata de transformar lo denso, lo doloroso, lo viejo, en algo nuevo, más auténtico, más liviano.
Según Marie-Louise von Franz, colaboradora de Jung, la transmutación es el corazón de la experiencia simbólica: no hay crecimiento real sin pasar por un proceso de descomposición. Ese sueño fue, sin duda, un paso más en mi propia disolución simbólica.
Como es adentro, es afuera4…
Todo esto era solo el comienzo. Marzo fue un mes de mucho movimiento interno, de sacudidas, de transiciones, de cosas que se fueron, cosas que llegaron, de cambio de planes, de reinterpretación de señales, de agotamiento y también de energía que renace. De frustración y nuevas esperanzas. Un momento así solo podía venir acompañado de experiencias simbólicamente tan densas como las que estoy relatando.
A mediados de mes se produjo un eclipse. Y, como si todo el cielo reflejara mi interior, ciertos tránsitos en mi carta natal tocaron zonas sensibles. No es mi intención abordar la astrología como una ciencia predictiva, sino como un lenguaje simbólico del alma. Como decía Jung, la astrología no es una superstición, sino una forma arquetípica de comprender el movimiento de la psique en sincronía con el cosmos5.
A partir del eclipse empecé a unir cosas, mucho se volvió claro para mí. Sentí que todo lo que me rodeaba, desde el cielo hasta el objeto más común, estaba hablándome. Para mí todo lo astrológico es un mapa externo en el que se puede leer lo interno. Nos da pistas sobre dónde estamos parados, qué nos pasa y cómo transitarlo. Por ello traigo la idea de sincronicidad6 porque es la que mejor explica la interconexión entre todos los eventos que fueron pasando este mes.
¿Y qué es esto de la sincronicidad? Es un concepto desarrollado por Jung para explicar la conexión significativa entre un evento interno, como una intuición, un sueño o un pensamiento, y un evento externo, algo que ocurre en el mundo físico, sin que exista una relación de causa y efecto entre ellos. Lo que los une no es una cadena lógica, sino un sentido compartido.
Eso que solemos llamar “casualidad”, al observarlo más de cerca, parece tener un orden oculto, una lógica simbólica, no racional. Cuando uno empieza a prestar atención, estas coincidencias comienzan a mostrar una trama más profunda entre lo que pasa afuera y lo que se mueve por dentro. Se hará fácil de entender por qué hablo de sincronicidad cuando relate otras cosas que me pasaron.
Perder para encontrarse
Hace unos meses durante una crisis emocional y un agotamiento por el estrés sostenido que veníamos sufriendo con mi pareja, entré en cortocircuito y decidí alejarme un tiempo de todo. Sentía que tomar distancia me iba a dar otra perspectiva que me ayudara a volver con la energía y la claridad suficiente para resolver hacia dónde estábamos yendo y cómo teníamos que seguir nuestro viaje.
Me fui casi un mes a Puerto Madryn, a la casa de una amiga del alma que me recibió y me ayudó mucho en el proceso. Y en esto de que no hay casualidades, pasé mi cumpleaños 45 allí7. Volví con objetivos muy distintos, una energía totalmente renovada, muchas decisiones tomadas, la fuerza para hacer y la motivación para crear. Así salimos adelante, como individuos, como pareja y como proyecto de vida en movimiento. Todo cambió después de ese viaje, mi esposo, yo, nuestra pareja, nuestro viaje, nuestra vida.
Uno de esos días en los que recién había vuelto me puse a lavar las ventanas del motorhome, recuerden este hecho que parece sin importancia pero que al parecer la tiene, aunque todavía, al momento de escribir este artículo, no sepa por qué.
Durante las semanas en Madryn había bajado un poco de peso, como consecuencia externa del proceso interno: me había sacado una mochila. Estaba fresco y el frío del agua hizo que mi anillo de matrimonio me quedara flojo. Sacudiendo el trapo sentí un golpe en la chapa del colectivo, como una piedra que alguien hubiera arrojado, no supe que fue y seguí, horas después me di cuenta que no tenía el anillo y entendí ese golpe.
Salí y miré si lo encontraba, pero no me tomé muy a pecho la pérdida. Esta búsqueda superficial molestó a mi esposo que todavía seguía sensible por la distancia espacial que habíamos transitado. A mí su enojo me incomodó, pero fue algo que reafirmó que esa sensación que tenía era real. Sentía que bien perdido estaba el anillo si simbolizaba esa relación, donde los enojos y los reclamos mutuos abundaban. Con la distancia había entendido que ya no quería más eso.
Como ha señalado Rollo May, cada decisión, incluso las aparentemente pequeñas, puede reflejar una transformación interna de gran magnitud8. No buscar el anillo no fue un simple descuido, fue un gesto simbólico, una afirmación silenciosa de que ya no iba seguir sosteniendo lo que ese anillo había llegado a significar. Viktor Frankl, por su parte, sostiene que no elegimos siempre lo que nos pasa, pero sí elegimos la actitud que tomamos frente a eso9. Y yo, al soltar sin culpa ese objeto, elegí otra forma de estar en la relación, una que nace del deseo, no de la inercia.
Luego de perder mi anillo, comencé a usar el de Mariano. Me encanta usar un anillo que signifique que estoy unida a él por un compromiso mutuo. Pero ya no era el mío era el que tenía su energía, el que representaba su rol en la pareja y eso me gustaba. Lo charlamos y logré que me lo diera cuando se le pasó el enojo porque no busqué el mío lo suficiente. Aunque esto no ocurrió en marzo, lo incluyo porque forma parte de esa red de señales simbólicas que hacen visible el lenguaje de la sincronicidad.
Volvamos al presente. Luego del eclipse mi energía estaba muy baja, me costaba dormir bien y concentrarme, no tenía muchas ganas de nada. En medio de la marea de mi ciclo menstrual llegó uno de esos días en que una se pone a limpiar, a hacer, a resolver lo pequeño para que mejore lo otro, lo interno, lo grande.
Tenía que hacer el pozo para enterrar los desechos del baño seco del motorhome, en el monte. Siempre cometo el error de dejarme los anillos puestos para hacerlo y como la pala me estaba sacando ampollas, me los saqué. Los dos anillos que siempre uso, usaba en realidad, son el de casada y el de mi abuela que había heredado luego de su muerte, hacía 14 años. Los coloqué en una rama que sin querer moví y ambos anillos saltaron. El de casada fue a parar dentro del pozo justo frente a mí, al lado de la pala. El de mi abuela desapareció, lo busqué largo rato, para mí representaba muchas cosas y le tenía mucho amor a esa idea. Me dolió perderlo.
¿Luego de un sueño sobre mi yo antigua despidiéndose, pierdo lo que más me unía a mi pasado generacional? Lo que siguió ese día me vino a mostrar que eso no había sido algo casual. Faltaba la última pieza. Ese mismo día, me puse a lavar las ventanas y en esa tarea reencontré algo que no sabía que estaba perdido: un cuchillo. Estaba ahí, oculto entre el pasto, caído de donde lo había dejado la última vez que lo usé. Nadie había notado su falta, yo tampoco. Y sin embargo, apareció justo en ese momento. Como si el universo, a su manera, me estuviera sugiriendo una herramienta. Pero no cualquier herramienta sino una que corta, que delimita.
Así todos los eventos cerraron el círculo: pérdida de lo que encarna un pasado que ya no me representa y hallazgo de una herramienta para cortar esos lazos simbólicos, una transmutación hecha y derecha10. No deja de dolerme haber perdido el anillo de mi abuela, pero entiendo por qué pasó. Lo acepto, lo transito.

El cuerpo como frontera
Como sucede cuando algo importante empieza, lo nuevo no irrumpe en silencio, sacude, desorienta, exige. Y entonces llegaron otros sueños, otras señales, no como cierre, sino como continuidad de lo que ya se estaba gestando.
Hace pocos días tuve otro sueño. Estaba acostada y despertaba con unos cables conectados a los dedos de mis pies, unos seres de origen desconocido me usaban para comunicar algo. Estaba conectada a una televisión en la que aparecía hablando como presentadora de noticias, pero no entendía lo que decía. Ellos me transmitían el código, y la gente me creía, me escuchaba. Yo luchaba, quería decir que no era mi mensaje, pero no podía. Otra vez, la angustia me despertó.
Fue mi inconsciente marcando el origen de mi inquietud más reciente. Hace poco empecé a sentir que necesito escribir desde una voz que suene plenamente mía. No me gusta mirar mis textos y no reconocerme del todo en ellos. No siento honesto hablar de procesos personales y no ver mi propia historia reflejada allí. Me incomoda la idea de haber diluido mi voz por mantener una estructura un poco más académica, formal, que me contiene pero que también me roba algo. Según Carl Rogers, el núcleo de la autenticidad está en expresar la propia experiencia desde un lugar genuino11. No filtrado, no prestado, no mecanizado. Escribir no para cumplir, sino para vivir. Eso es lo que quiero. Y este sueño es la representación inconsciente del síndrome del impostor12 que tengo que superar.
No es fácil explicar con lógica el proceso que estoy atravesando. Pero hay algo profundo en juego, se llamó a sí mismo transmutación, alquimia emocional. Como si lo que fui hasta ahora estuviera muriendo, sin drama, sin tragedia, para que algo nuevo nazca. Y aunque todavía no sé exactamente qué es, lo intuyo. Se siente como un umbral13
Sincronicidad: perder anillos que representan el pasado, encontrar un cuchillo que representa una acción en el presente. Soñar que doy un mensaje con palabras que no entiendo, pero que igual digo y que son escuchadas. Verme desde afuera y sentir una libertad inconmensurable. Es como si la realidad tuviera una segunda capa que sólo se revela cuando estamos listos para verla.
Solo sé que hay una sensación concreta: algo se está cerrando y algo quiere empezar. Rogers decía que cuando una persona se conecta profundamente con su experiencia interna y la expresa con autenticidad, se vuelve poderosamente transformadora para otros. Ese es mi deseo: escribir desde esa autenticidad. No desde la forma. No desde el saber. Desde la experiencia verdadera, aunque de miedo exponerse.
Durante estos días de sueños y revelaciones, apareció una irritación fuerte en mi boca. Roja, molesta, persistente. Al principio lo asocié con lo físico: alimentación, hormonas, algo fisiológico. Luego comprendí que era más que eso. Era un síntoma del cuerpo hablando, gritando tal vez, lo que todavía no me animo a formular. Una parte de mí quiere contar, otra parte está en silencio por temor. La tensión entre ambas se expresó en la boca. Ese umbral por donde entra el alimento, pero también por donde sale la palabra. No puedo evitar preguntarme qué estoy intentando decir que todavía no puedo. ¿Qué parte de mí quiere hablar y aún no tiene espacio? Intuyo que esa es la siguiente etapa del proceso: descubrirlo.
Hace unos días mi pareja se fue a cuidar una casa en otro lugar y tuve momentos en los que no pude ordenar nada, no cociné, no limpié, no tuve ganas de trabajar. No porque no quisiera, no fue una elección, sino porque no me nació. Porque si no está Mariano en la casa, siento que no tiene sentido hacer todo eso. Me doy cuenta de que mi orden y mi estructura, muchas veces, los sostiene su presencia. Y eso me enoja. Me molesta depender de que esté cerca y que mi motivación se sostenga por algo externo. Me pesa no tener mi propio eje, pero también me alivia. Esa ambivalencia, esa tensión entre independencia y contención, es parte del crecimiento. Rogers lo llama el proceso de volverse persona: sostener la libertad sin romperse14. Porque sostenerse todo el tiempo, cansa. ¿Será que tal vez esté bien no poder?
Este texto nace desde ese lugar. Desde la bronca con lo no dicho. Desde el enojo con las estructuras que no me pertenecen, pero me ayudan. Desde la nostalgia por la estabilidad que tuve y dejé buscando independencia. Desde la incomodidad de tener tiempo libre para escribir y dedicarme a lo que siempre quise pero que eso no represente un ingreso inmediato. Desde la tensión entre la libertad deseada y el miedo a perderme en ella.
Transmutación no es una palabra mística. Es un umbral que estoy cruzando. No sé a dónde voy, pero ya no puedo volver. Tengo una fuerza que me empuja: el saber que, si me quedo en silencio, es para escucharme. Y que, si escribo, tiene que ser de verdad, exponiéndome. Desde mí. Estoy en duelo y estoy en trabajo de parto. Lloro por la que ya no soy, tiemblo por la que no sé ser todavía.
Signos de un movimiento interno
Yo no suelo perder cosas que sean importantes para mí. Por eso perder dos anillos con mucho significado en seis meses es una señal, no un accidente. Una ruptura de patrón, el inconsciente hablando con símbolos. El cuerpo también. Y todo lo que está pasando, lo veo ahora, tenía que pasar. Este eclipse, este momento, este duelo simbólico, este cierre de un ciclo que empezó en 2016… todo está articulado. Todo tiene sentido. Y eso me da miedo. Pero también me da paz.
Desde el inicio de mi proceso de cambio personal en 2016 hasta hoy pasaron casi nueve años. En esos años abrí los ojos desde el derrumbe. Ahora los estoy abriendo desde la claridad. Ya no veo sólo lo que duele, veo lo que quiere nacer. Me estoy despidiendo de la que fui con amor, con gratitud, con ternura. La psicología humanista dice que cada persona tiene dentro de sí la capacidad de crecer, sanar y autorrealizarse. Que hay una tendencia natural hacia la integración15. Yo la siento. Como una semilla que germina después del invierno. Estoy naciendo. Y esta vez, no desde la necesidad, sino desde el deseo.
Un ritual pendiente
Hoy uso el anillo de Mariano, me queda justo, no siento diferencia. Y, sin embargo, tengo un deseo profundo: quiero que tengamos nuevos anillos. Quiero una ceremonia íntima, nuestra. No para repetir lo de antes, para sellar lo nuevo16. Para decirnos que ya no somos quienes fuimos, somos esto que estamos construyendo ahora, cada uno desde su propio proceso, pero en la complementariedad de nuestra relación. No tenemos dinero para eso. Pero sé que el momento va a llegar. Y cuando llegue, va a tener el peso exacto de lo que simboliza: un renacimiento.
Este no es un momento de caída, es un momento de pasaje. De dejar morir lo que ya no me sostiene. De abrirme a lo que no conozco, de confiar. Estoy aprendiendo a escribir con mi voz, a vivir desde mi raíz, a ver con otros ojos. No los que se abrieron en la urgencia de 2016. Otros, más nítidos, más míos, más libres.
Y si alguna vez sentís que todo se cae, que algo se pierde, que algo arde o se esfuma, tal vez no sea el fin. Tal vez, como me pasa a mí, estés a punto de nacer otra vez.
Notas
- Transmutación es un concepto con raíces en la alquimia medieval, que se refiere originalmente a la conversión de metales bajos en oro. En clave simbólica y psicológica, se usa para hablar de procesos de transformación interior profunda. Lo denso se vuelve sutil, lo antiguo da lugar a lo nuevo. Marie-Louise von Franz, discípula de Carl Gustav Jung, lo utiliza para describir los movimientos internos que llevan al crecimiento del alma a través de una muerte simbólica y posterior renovación. ↩︎
- Individuación es el proceso por el cual una persona se convierte en quien realmente es, diferenciándose del inconsciente colectivo y de las máscaras sociales (los “personajes” que adoptamos). Implica un encuentro con la “sombra”, es decir, aquellos aspectos reprimidos u olvidados del yo. ↩︎
- Alquimia, más allá de su definición como protoquímica medieval, ha sido revalorizada por la psicología analítica como un lenguaje simbólico que representa los procesos psíquicos de transformación. Jung y Von Franz la estudiaron como metáfora de los cambios interiores, donde cada etapa alquímica (nigredo, albedo, rubedo) refleja un momento del trabajo psicológico profundo hacia la integración del ser. ↩︎
- “Como es adentro, es afuera; como es arriba, es abajo” es una frase atribuida a la Tabla Esmeralda, texto alquímico de origen hermético, que expresa la correspondencia entre el mundo interior y el exterior, entre el macrocosmos y el microcosmos. Ha sido retomada por diversas tradiciones espirituales, alquímicas y psicológicas para explicar la relación simbólica entre la psique humana y el universo que la rodea. ↩︎
- Astrología simbólica: Jung desarrolló una mirada integradora de la astrología, a la que consideraba una expresión simbólica de los arquetipos inconscientes. Para él, los tránsitos planetarios podían sincronizarse con procesos psíquicos sin necesidad de una explicación causal, sino desde un sentido compartido. ↩︎
- Sincronicidad es un concepto desarrollado por Jung para dar cuenta de aquellos eventos que, sin relación causal entre sí, aparecen conectados por un significado común. Es una forma de pensar la coincidencia como lenguaje simbólico del inconsciente. ↩︎
- En astrología, el cumpleaños es un momento de gran carga simbólica y energética. Coincide con el retorno solar: el instante exacto en que el Sol vuelve a ocupar el mismo grado y minuto zodiacal que tenía en el momento del nacimiento. A partir de esa configuración se elabora una carta del retorno solar que puede leerse como un mapa de tendencias, desafíos y movimientos internos para el año siguiente.
Lo interesante es que esta carta no depende únicamente del día, sino también del lugar donde uno se encuentra cuando ocurre el retorno. Es decir, cambiar de ciudad, o incluso de país, para pasar el cumpleaños puede modificar la disposición de casas astrológicas y activar distintos aspectos psíquicos. Por eso, en algunas tradiciones astrológicas se elige viajar con intención para recibir el nuevo año personal en una energía diferente.
No se trata de creer que el lugar “determina” lo que va a pasar, sino de comprender que los símbolos del cielo, leídos en relación con la ubicación física, permiten afinar la percepción de los procesos interiores que se están gestando. En este caso, aunque no lo haya planeado así, cumplir años en Puerto Madryn fue parte de esa trama sutil que da sentido al todo. ↩︎ - Rollo May, desde la psicología existencial, abordó el acto de decidir no solo como una elección racional, sino como una expresión simbólica del ser. Para él, en cada decisión, incluso en las más sutiles, se revela el modo en que una persona se vincula con su propia libertad, su autenticidad y su transformación. Decidir, entonces, es siempre un acto creador de sentido y de identidad. ↩︎
- Viktor Frankl, psiquiatra y sobreviviente del Holocausto, desarrolló la logoterapia, una escuela terapéutica centrada en el sentido de la vida. Una de sus ideas centrales es que, aun en las circunstancias más adversas, el ser humano conserva la libertad última: elegir la actitud con la que enfrenta lo que le sucede. Esta elección interna define la dignidad de la experiencia y la posibilidad de resignificarla. ↩︎
- En psicología junguiana, los objetos que aparecen o desaparecen en momentos significativos pueden actuar como símbolos activadores del inconsciente. Jung los consideraba “contenidos autónomos” que emergen como guía en procesos de transformación interna. La aparición inesperada del cuchillo puede ser leída como un símbolo arquetípico de la capacidad de separar, discernir o tomar decisiones decisivas, especialmente cuando viene a reemplazar la pérdida de un objeto cargado de valor emocional. ↩︎
- Carl Rogers, figura clave de la psicología humanista, propuso que el proceso de convertirse en persona implica despojarse de máscaras sociales y conectar con la experiencia subjetiva genuina. Para él, la autenticidad no es una técnica, sino una forma de estar en el mundo, con uno mismo y con los demás. ↩︎
- El síndrome del impostor es un fenómeno psicológico identificado por las investigadoras Pauline Clance y Suzanne Imes en 1978. Se refiere a la experiencia interna de sentirse un fraude, de no merecer los logros alcanzados y temer ser “descubierto” como incapaz, incluso cuando hay evidencia objetiva de competencia. Es frecuente en personas con alta autoexigencia o en contextos donde se cruzan el perfeccionismo, la creatividad y la necesidad de validación externa. ↩︎
- En la psicología analítica y otras miradas que abordan el símbolo como forma de comprender la experiencia humana, como la psicología arquetípica, la astrología psicológica o los enfoques alquímicos, el umbral representa un momento de pasaje entre dos estados del ser. No se está ya en lo anterior, pero tampoco se ha llegado a lo nuevo. Es un terreno incierto, donde se disuelven las certezas previas y emergen señales que guían: sueños, síntomas, pérdidas y hallazgos. Estos procesos no responden a una lógica lineal, sino a una trama simbólica que solo puede comprenderse si se la habita con atención. ↩︎
- Más allá del ideal de autonomía, Rogers reconocía que la autenticidad no exige perfección ni fortaleza constante. En su enfoque, ser persona también implica aceptar la necesidad de apoyo, reconocer los momentos de vulnerabilidad y validarlos como parte legítima del proceso. La conexión con otro significativo, ya sea una pareja, un terapeuta o un vínculo profundo, puede ser el sostén necesario para que el yo emerja desde su verdad más frágil. No poder también es humano. ↩︎
- Desde planteos como los de Carl Rogers y Abraham Maslow, la psicología humanista, no ve el dolor como un obstáculo a evitar, sino como parte del camino hacia una existencia más auténtica. Ambos coincidieron en que el ser humano tiende, si se dan las condiciones adecuadas, a desarrollarse de forma integrada. A veces, el desarrollo comienza justo en el punto donde algo se cae ↩︎
- Un rito no es solo un gesto, es una manera de ponerle cuerpo al alma. En tradiciones antiguas y también en enfoques psicológicos actuales, los rituales permiten cerrar ciclos y sellar lo invisible. Ayudan a simbolizar lo que no se puede decir con palabras y a darle forma a lo que está naciendo. Son una necesidad psíquica, tanto como spiritual. ↩︎
Referencias
- Frankl, Viktor E. (2004). El hombre en busca de sentido. Herder Editorial. (Obra original publicada en 1946)
- Greene, Liz. (2004). Astrología del destino. Editorial Edaf.
- Jung, Carl Gustav. (1952). Sincronicidad como principio de conexiones acausales. Editorial Paidós.
- Maslow, Abraham H. (2006). Motivación y personalidad. Ediciones Kairós.
- May, Rollo. (1999). El coraje de crear. Editorial Paidós.
- Rogers, Carl R. (1961). El proceso de convertirse en persona. Ediciones Paidós.
- Von Franz, Marie-Louise. (1980). La alquimia y la imaginación activa. Editorial Kairós.
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